Disculpenmé, pero ando etimológico últimamente. Deben ser
los años…
Miedo es un vocablo
exclusivamente castellano. Del español con la palabra “miedo”, o del portugués
con “medo”. Proviene del latín “medus”, cuyo significado es el mismo que
conocemos en español. Otras lenguas como el italiano y el francés describen la
sensación desde vocablos relacionados con el pavor.
El dato no es menor. El latín “medus”
se emparenta con “medroso”, origen de tímido, miedoso. También con “amedrentar”,
“meter miedo”, “hacer tímido”.
Puede inferirse que el miedo así
concebido nos vuelve tímidos, nos paraliza. Nos vuelve menos, nos increpa y nos
agrede, rebajándonos a cosa inmóvil, o casi.
Para el caso del “miedo a Dios”,
la verdadera palabra es “temor”, cuyo origen latino está en la palabra “timor”,
más relacionada con el espanto. O con la palabra judía “yarah” cuyo significado
es “respeto”, “reverencia”.
Por lo tanto el “temor a Dios” no
se relaciona, al menos para los conocedores de asuntos religiosos, con un miedo
a un Dios castigador, sino con la reverencia, con el respeto que impone la
grandeza de Dios frente a nuestra condición de creaturas de Él.
Es una sensación de
sobrecogimiento, de invitación a la contemplación de una Grandeza que nos supera,
nos envuelve y nos traslada a una dimensión en donde nuestro lugar es
relativamente pequeño.
Ambas palabras nos transforman.
Una nos hace menos, la otra nos hace parte de algo más grande.
En tiempos como los que vivimos,
todo está de cabeza. La anomia es moneda de cambio. Por lo tanto el orden de
las cosas tiende a alterarse, y los términos tienden a confundirse, casual o
causalmente.
Temor a Dios que nos vuelve partes
de algo más grande. Miedo que nos vuelve menos, nos inmoviliza. Parecen lo mismo, pero no lo son.
Vivimos doble condena. Por un
lado, tenemos miedo, vivimos con miedo. Por otro lado, nos meten miedo,
pretenden que tengamos miedo de cosas o personas.
Personas como nosotros, a los que
tendríamos que tratar de iguales y no temer, cosas que deben estar a nuestro
servicio, y no asustarnos.
Siempre digo que nos comportamos
como una sociedad estúpida casi todo el tiempo.
A propósito, el origen de la
palabra “estúpido” se relaciona con el vocablo “stupidus”. Con el verbo “stupere”.
Dejar estupefacto, estupidizar.
El otro origen de “estúpido”
puede rastrearse al latín “estultus”. Necio, para hacerla corta.
La termino con una cita en latín,
traducida al castellano
Stulte! Hac nocte animam tuam repetunt a te; quae autem parasti,
cuius erunt?
¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que
preparaste, ¿para quién serán? (Eclesiastés: 1,15).
¿Para quién prepararemos el alma?
¿Nos dejaremos llevar por el miedo y la estupidez? ¿O el temor, a Dios, a las
instituciones, nos hará parte de algo más grande?
A pensarlo
Se cuidan
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